domingo, 15 de octubre de 2017

UNA SOLA VEZ



Había una sola  vez, una escalera que ascendía y ascendía y nadie lograba alcanzar el final de ella porque cuando se daban cuenta  estaban a pocos escalones del piso, a pesar de que  ellos sentían y se cansaban de tanto subir, pero realmente todo era como una ilusión. Mucha gente del pueblo llegó hasta esta morada, solamente para  descubrir el secreto o el engaño de sus habitantes, incluso hasta sacaron fotos, pero nunca salía el final de la escalera. Algunos pensaron que la escalera estaba hechizada y que los ancianos que allí vivían eran brujos, en fin,  se hacían miles de conjeturas para darle  una respuesta al misterio de la escalera.
 Los ancianos repetían que ellos no sabían nada, que cada noche subían la escalera hasta el segundo piso en dónde se encontraban los dormitorios. El resto de la escalera decían continuaba hasta el ático, nada más. Pero los que subían jamás llegaba al segundo piso,  al parecer por más que se cansaban de subir escalones, siempre permanecían en  la planta baja, sin embargo los que  quedaba abajo como testigos, aseguraban verlos desparecer  al subir al segundo piso.
Esto era un intrincado problema que no podían resolver, argumentando que los viejos hacían algún truco o magia para que  todos quedaran convencidos de que subían. Muchos pensaron que realmente los ancianos eran brujos y los engañaban, por lo tanto, pensaba seriamente en  llevarlos  a quemar en la hoguera, pues estaban muy enojados y  decían que se  burlaban de ellos con sus trucos.
Los ancianos temían lo peor, ya casi no querían abrir la puerta para que gente de  otros pueblos vinieran a descubrir el engaño. La señora temblaba cada vez que le golpeaban la puerta, pidiendo disculpas por no abrir, pues se encontraba enferma, pero los golpes seguían hasta que el marido abría la puerta regañando a los osados.
Sucedió que, de un tiempo atrás, algunos de los que subían no bajaron más, eso fue lo que hizo que los vecinos cuestionaran a los ancianos,  amenazándolos con los peores castigos si no decían la verdad, ellos argumentaban que  los hombres habían bajado sin problemas, pero ya nadie creía eso pues faltaban muchos vecinos desaparecidos. Los ancianos aseguraban haberlos visto irse enojados por no saber el secreto de esa escalera y eso era todo lo que ellos podían confesar.
Un día vino el alcalde del pueblo con una  carta de sentencia para los ancianos,  él mismo subiría las escaleras, pero hizo que  los ancianos subieran primero amarrados con una cuerda a él. El anciano subió lentamente las escaleras seguido por su mujer y el alcalde, todo el pueblo se arrimó a ver la escena, ya que en la carta se aseguraba por consenso unánime que  los ancianos serían llevados a la hoguera si no contaban el secreto, y  por esa razón el alcalde sería la última persona que subiría esa enigmática  escalera.
La gente  los vio desaparecer a los tres  al llegar al segundo piso, pero por primera vez el anciano y su mujer subieron al ático junto al alcalde. Subieron y subieron y nunca más regresaron, dicen que de repente una nube extraña  se posó sobre el techo de la casa, tan rara que no pudieron ver la chimenea y sus volutas de humo, nada. Fue muy expectante ver la escalera vacía sin que nadie bajara por ella hasta entrada la noche. Entonces, asustados los vecinos persignándose de pie a  cabeza, decidieron prenderle fuego a la casa pues  decían que estaba embrujada. Cuando la casa se quemaba sintieron los gritos del alcalde que según dijeron estaba a pocos escalones del piso, y  entre el espeso humo de la quemazón vieron algo que brillaba  girando camino a las estrellas.
Desgraciadamente el alcalde no pudo salvarse por el espeso humo que lo cubría y  sólo encontraron más tarde  un esqueleto amarrado por una cuerda  a lo que quedaba de la escalera. De los ancianos nunca se encontró nada. Unos dicen que les pareció ver una extraña nave desaparecer entre la humareda.




lunes, 2 de octubre de 2017

MÍRAME


Mírame, mírame bien,
ya no soy nada,
se ha esfumado mi tiempo por el hueco del olvido.
Quedan algunas palabras incandescentes
incrustadas en el poema final.

Mírame, tal vez sea la última vez
que se unan nuestros mundos desiguales
y luego sea sólo un fantasma
que pasó por tu lado tratando de atraer tu  mirada,
tratando de traspasar la maraña de los sueños.

Ahora voy al lugar en donde anidan los sobresaltos,
en donde la luz asperjada refleja lágrimas,
la fina raya que trizó mi espejo.

Mírame, que no sea tarde,
quizás ya sea la huella romántica de una ilusión
vaporizada en el rastro de un recuerdo.
Quizás fuiste un sueño que cruzó
la vereda vehemente de mis deseos.

No hay nada qué decir en esta tarde gris y desalmada,
regreso al país bajo las olas del desamparo
triste y taciturna,
a escribir los últimos versos
de un poema que pudo ser
y quedó oscilando en la orilla de tus ojos,
sin abrir sus pétalos, sin siquiera decir su nombre.

Mírame, tan sólo, mírame
desde el fondo ilusorio  de un pensamiento,
así pueda alzar mis alas y convertirme en sombra.