Teníamos un mundo por delante
esperanzado,
un enigma a punto de abrir sus alas
y ocultarse tras el horizonte.
Todo eso, no bastaba, aún
era insuficiente,
la incertidumbre reina del
desacuerdo
mostró sus ambages, sus afanes.
Las palabras mágicas no estallaban
en la boca
no hacían nidos en las conciencias,
no provocaron, se quedaban muertas
embebidas en su propio ácido.
Teníamos el amor en una esfera de
cristal,
circulando a nuestro alrededor en
busca de un espacio,
una palabra cálida salida en pos de
la sílaba reconciliación,
pero esa letra no existía engarzada por espinas y ortigas
se encontraba maniatada en el fondo
del olvido.
Y teníamos que lidiar noche tras noche, día tras día, con una
palabra
desaparecida en algún rincón, una
metáfora desarticulada
que nos bizqueó su ojo en agonía.
¿Y el amor, dónde yacía, cuál era
su sino?
Desde lejos en un telégrafo
desangrado
suplicaba por la rápida solución a
sus dolencias,
sus heridas se multiplicaron en abandono.
Insuficiente era todo ese alboroto
de frases en discordia y arrebato.
Carente de fuego arrollador se
balanceaban
sentimientos en la gélida hoguera
del rencor y la insolencia.
¿Qué hacer, cómo escuchar, sin
ser jueces ni acusados?
soltar el látigo y las
cadenas, presumir que todo en el
instante
está vacío, esperando revivir lo
moribundo,
mas, no es así, no hubo solución,
sólo una esperanza
desvanecida antes del intento.
Ya nada teníamos, un pasado
manuscrito en sepia
que
se quedó dormido en el libro de la
vida.
Todo fue insuficiente, las miradas,
las manos,
el mudo ruego, las lágrimas
ahogadas en desdicha.
De verdad, todo fue insuficiente…