martes, 16 de julio de 2013

CADA ATARDECER



La noche se alarga adormeciendo al tiempo
que no avanza ni un ápice,
es entonces que la muerte me asedia inmisericorde,
convirtiendo mi sueño en pesadilla
y el insomnio en mi verdugo.

Y salgo a caminar por el oscurecido crepúsculo
sin más amparo que mi sonámbula marcha,
bajo nubarrones que silban nostalgias.
Un llanto tenue se desliza
sobre mis sueños despedazados
por la mano iracunda que mece la sentencia.

No hay descanso,
mis ojos se acostumbran a imaginar
la senda que se alarga y se estrecha como un túnel,
y sin más luz que mi entendimiento vago la noche entera
por los recónditos laberintos de la muerte.
Pero, ah, la luz,
el día amanece con su claridad abrumadora
aleja las penumbras, pájaros nocturnos, voces y gemidos,
lamentos que han quedado prendidos a los árboles,
y van cayendo lentamente para convertirse en polvo.

Salgo a la luz,
deshago el nudo de la noche en mi garganta.
Limpio todo indicio de tristeza y  de zozobras,
es como si volviera a a la vida después de un largo invierno
entre los brazos gélidos  de la vigilia.
Sacudo  ese rumor de sombras que se apega a mi piel,
olor penetrante a soledad, parsimoniosa ausencia
que no quiere dejar el pliegue de mi  destino.

Así trascurre el ruido y el canto del mirlo entusiasmado
por  gozar cada  minuto de luz,
así voy recogiendo los pétalos de miles de sonrisas,
el sonido de pláticas amenas llenas de palabras de amor,
llantos de alegría,  voces que me hacen soñar
en un atardecer sin espantos.

No quiero desperdiciar nada.
Alargar los minutos antes de que  lua anuncie su llegada,
y las cobijas de la oscuridad cubran mis anhelos
de volver a ver la luz de un  nuevo día.
A lo mejor hoy habrá un crepúsculo  tapizado de arreboles
y la dama plateada me ilumine con  su fosforescencia
protegiéndome una vez más,
del insondable precipicio
de la muerte.





lunes, 1 de julio de 2013

CONCURSO DE BELLEZA





El alboroto cundía por minutos en el corral de los cerdos. Doña Panchita se había dado un largo baño de barro esa mañana y los otros se paseaban nerviosamente para distraer un poco la espera.
 Meses antes, el hijo del patrón, un muchacho de catorce años llamado Jorge, se había llevado a casi todos los cerdos adultos muy bien engordados hacia la ciudad. Cuando doña Panchita le preguntó -para dónde iban-, el joven  contestó que para un concurso de belleza las hembras, y los machos para ser coronados rey feo, lo que agradó mucho a la cerda, y  corrió la noticia por todo el corral.
—Y ¿cuándo nos tocará a nosotros? Preguntó Panchita con ingenuidad.
—Mira, Panchita, deberás irte preparando con tiempo, pues para el concurso sólo admiten a los más gordos y bonitos.
—¿Ah, sí? y ¿cómo me veo yo?
—Tú estarás bien en unos seis meses, por supuesto que eso lo decide mi papá, afirmó el muchacho.
—Entonces tengo tiempo para estar en forma, ¿no? Yo quiero ir y ser coronada reina de la belleza, seré la envidia de todos los corrales. ¿Qué piensas tú, Jorge?
—No me hagas reír, Panchita, ya sabes que eres mi preferida. Yo te encuentro muy bien, sólo que te falta un poquito de gordura. Ya verás cómo cambias en unos cuantos meses.
Desde ese día doña Panchita comentó la noticia y los chismes iban y venían, claro que las otras cerdas se  pusieron  envidiosas  y  comenzaron una  carrera de comer y  comer
para superar a Panchita.
—Ajá,             apuesto que habrá pelea en este concurso, dijo una cerda glotona llamada Mimí, que de tanto engordar tenía  el hocico casi cubierto por los cachetes. Yo  me voy a presentar también. ¡Qué va! Sé que ganaré.
Cuando Jorge llegaba en las mañanas a darles de comer, los cerdos corrían a su encuentro buscando nuevos motivos para hacerle más preguntas.
—Oye, Jorge, ¿quién ganó el año pasado?
—Creo que fue la Periquita, la chancha  negro con blanco, se apresuró a contestar el joven.
—¿Quién crees que ganará este año?
—Bueno, ésa es una pregunta difícil, todas ustedes están muy lindas y sabrosas, a lo mejor este año hay un empate.
—¿Qué pasará con nosotros los machos? Preguntó un cerdo negro bigotudo, que pesaba como doscientos kilos.
—Pues ustedes también van a competir y esto se está poniendo interesante, todos se ven muy guapos y enormes.
—¡Ay! ¡Qué bien me veré con mi banda de rey feo! Dijo un cerdo blanco mientras se miraba  en un charco.
—Oye, Jorge, y  ¿qué pasa después del concurso?, pues nadie ha regresado de la competencia anterior.
—Sí, es cierto, contestó el joven, lo que pasa es que los llevan a pasear alrededor del mundo  a los mejores restaurantes y hoteles. Bueno, eso es lo que dice mi papá.
—¡Qué vida!, entonces estoy más interesada en ir, dijo una chancha  de color pardo-
gris.
—¿Cuándo estaremos listos, Jorge?
—Yo pienso que en un par de meses. Mi papá vendrá a pesarlos y si tienen los kilos requeridos podrán concursar.
—Doña Panchita, ¿se da cuenta? Parece que todos iremos, estamos bien entraditos en carnes ¿no le parece?, afirmó la cerda glotona.
—Sí, yo pienso que esta vez habrá empate, como dijo Jorge, respondió Panchita acariciando una de sus orejas coquetamente.
Los meses siguieron corriendo y los chanchos engordando felices, hasta que un día llegó el patrón con dos cerdos que había comprado a un vecino.
—¿Quiénes serán ésos?, preguntó la cerda Florentina. Vamos a saludarlos, dijo con curiosidad.
Los cerdos nuevos miraban asustados y con mucha desconfianza mientras estaban en la camioneta, pero después de bajar  respiraron con alivio y entraron al corral.
—Buenas tardes, señores, ¿qué les trae por aquí?, preguntó adelantándose el cerdo El Bigotudo que se creía el  líder del corral y aparte de ser de mal genio, era muy quisquilloso y testarudo.
—¡Ay, qué alivio!, dijo uno de los recién llegados de nombre El Cafeconleche, pensamos que nos llevarían de vuelta a la fábrica.
—¿De qué fábrica habla usted, es otro corral? Preguntó doña Panchita.
—¡No! Nada de eso, es un lugar siniestro donde faenan a los cerdos y los convierten en cecinas, explicó el otro, llamado El Pimienta, por lo fuerte que olía.
—¡Qué horror! ¿Cómo pueden hacer eso? Exclamó Florentina horrorizada.
—¡Basta de mentiras! Intervino El Bigotudo, con  aire de suficiente.
—Por  favor,   déjenme  explicarles,  pidió  El   Cafeconleche, cada año nuestros dueños, escogen a los cerdos más gordos y, después de pesarlos,  los llevan a esas famosas fábricas. Nosotros fuimos, pero  no nos aceptaron porque no teníamos el peso indicado y nos devolvieron para engordar.
—¡Ajá! ¡Pero a nosotros no!, exclamó El Bigotudo, Jorge es nuestro amigo y confiamos plenamente en él, nos dijo que nosotros iríamos a un concurso de belleza.
—¡Ja, ja, ja! Señoras y señores, ¿quién les contó tamaña  mentira?, preguntó El Pimienta. ¿Dónde están los del año pasado?, que yo sepa nadie ha vuelto.
—Lo que pasa señor Cafeconleche, es que después del concurso los llevan a recorrer el mundo y a los mejores hoteles, afirmó Panchita.
—Claro que sí, doña, pero hechos cecinas, rió nuevamente El Pimienta y luego se puso serio al recordar a sus familiares desaparecidos.
—Miren señores, no vengan a asustarnos, mañana hablaremos con Jorge, nuestro patrón, él sabe todo y nunca nos ha mentido, diciendo esto doña Panchita dio por terminada la conversación, tan alterada que no tuvo ganas  de comer  el resto del día.
Al día siguiente Jorge llegó como de costumbre  a darles de comer y los cerdos se abalanzaron a su encuentro cada uno con unas cuantas preguntas, sólo, en el otro extremo, los cerdos nuevos no se movieron.
—Jorge, Jorge, ¿Cómo se llama el lugar del concurso? ¿Es verdad que allí nos matarán? ¿Seremos convertidos en cecinas? ¿Por qué nos has mentido? ¿Qué pasó con nuestros hermanos, qué sabes de ellos? Jorge, dinos la verdad, somos tus amigos ¿no?     
—Vamos, vamos, ¿a qué vienen tantas preguntas, no confían en mí? Ya les dije lo que yo sé, no se alarmen, mi padre los llevará a la ciudad, él los cuidará, cálmense por favor, les puede hacer mal.
—Pero Jorge, ¿qué paso con los  cerdos anteriores? ¡Aún  no regresan!,  exclamó angustiada doña Panchita.
—Ya les dije que andan de vacaciones. Calma.
—Sí, claro, pero hechos cecinas, agregó el cerdo Negroconmanchas.
—Miren ustedes, no se alarmen. No se preocupen que nada les pasará, se los prometo, vayan y sigan engordando para el concurso.
Pero los cerdos preocupados no pudieron tragar nada y hasta se les quitó el apetito. El solo pensar que serían convertidos en embutidos les ponía la carne de gallina. Los días subsiguientes, Jorge se encargó de tranquilizarlos prometiéndoles  traer noticias de los cerdos anteriores. Así poco a poco se fueron calmando y comenzaron a engordar.  Los puercos nuevos se mantenían aislados pues los otros los llamaban embusteros y envidiosos, y decidieron no dirigirles la palabra nunca más. Entonces llegó el anunciado día en que el patrón vino a pesarlos uno por uno. Los únicos que no tuvieron el peso fueron  El Pimienta, El Cafeconleche y los cerdos jóvenes, el resto,  con amplias sonrisas, subieron al camión. Doña Panchita iba feliz pues había pasado el peso máximo, una maravilla, había dicho el patrón y ella se sintió muy complacida dando una mirada de triunfo a las demás cerdas. Cuando subió al vehículo, vio  un letrero en el costado que decía: “Los cerdos más hermosos del país”, lo que la llenó de orgullo, claro que ninguno de ellos leyó el rótulo al frente del camión que decía: “Fábrica embutidora de cecinas para restaurantes y hoteles del país y extranjeros,  El CERDO FELIZ.”