sábado, 15 de junio de 2013

DEBATIR DE ADIOSES



Un debatir de alas me circunda;
alas llegan, se alejan,
se despiden, desaparecen en el aire triste.
Un adiós titila los labios del tiempo,
vuela, vuela,
oscurece mis días en lágrimas.
Su lluvia rompe la calma seca de mis noches,
con sus mil voces ahoga el aletear de la esperanza.
El agua cae sobre el recuerdo
y se aleja en un largo vuelo.
Alas, alas, no regresan.
Las agujas del reloj marcan
tiempos que no existen.
Y yo en medio de este debatir de adioses,
sin promesas, sin palabras,
con la boca llena de frases ciegas.
Alas, alas, las siento irse, volar lejos
y mantengo los ojos húmedos
 los párpados cerrados,
mientras un adiós estalla cerca de mis labios.

sábado, 1 de junio de 2013

EL ROBO




La escuché una tarde, no supe de dónde provenía. Me imaginé que tal vez había  llegado Mario de su trabajo y esperé a que se asomara en la sala. Pero  eso no sucedió. Consulté mi reloj,  y claro, no podía ser él, pues eran sólo las seis y él  solía llegar cerca de las  siete y media de la tarde. Me extrañé un poco pero luego seguí en mi lectura.
Al día siguiente aún estaba en la cama y,  de pronto, percibí ese llamado, pero esta vez, pronunciaba mi nombre. Me quedé un largo rato tratando de saber de dónde venía esa voz, estaba segura de haber escuchado mi nombre, Alicia. El día continuó como de costumbre, me alisté y salí a mi trabajo. Esa noche,  serían las dos de la madrugada cuando sentí la voz lastimera que repetía mi nombre, mi piel se puso chinita del susto y de la impresión. Pensé que me estaba volviendo loca y desperté a Mario. Él, adormecido,  no hizo caso a mi reclamo y  al poco rato, dijo no escuchar nada y que volviera a dormir. Después de estar una hora  en vigilia y sin oír la voz de nuevo, me dormí por fin.
Toda la semana pasó sin novedades y me olvidé  por completo de esa extraña voz que  nunca pude localizar. Un atardecer estaba descansando en mi cuarto, después de un arduo día de trabajo en la oficina de correos, cuando  al prender la TV vi una sombra en la pantalla que se disipó con la imagen de un programa, fue algo muy raro y preferí  no prestarle mayor interés, luego me dejé llevar por  una suave melodía de un compositor inglés que tocaba en ese momento.
Esa noche, el llamado se hizo más intenso, como apremiante, y el sonido de mi nombre  de nuevo me despertó. Mario estaba ocupado en la salita, tenía  un trabajo pendiente y vino a verme cuando escuchó que yo hablaba algo. Le pregunté si había oído esa voz que me llamaba, pero dijo no haber escuchado nada, ni un solo ruido hasta   supuso que yo le hablaba. Le conté lo que  estaba pasando, sin embargo, él dijo que tal vez estaba muy cansada e imaginaba esa voz.
Al día siguiente,  me levanté junto a Mario, desayunamos.  Como era viernes, sabía que él se citaba con sus amigos en un bar y llegaría como a la media noche, entonces le deseé un buen día y nos despedimos con un beso.
Rosana me llamó a la oficina y quedó de  venir a casa después de las cinco para platicar un poco, cosas de mujeres. Al pasar por el supermercado compré una botella de vino dulce, queso y aceitunas. Llegué a casa y me cambié de ropas, luego preparé la mesa de la sala con las cosas que traje, coloqué un disco de  música mientras esperaba a mi amiga. Pasó media hora y  Rosana no aparecía, tomé el celular  y la llamé,  contestó que  un imprevisto no le permitiría venir. Me sentí defraudada, ella podría haberme avisado y punto. Me serví una copa de vino y prendí la televisión, pero descubrí que no tenía cable pues   estaban todos los canales  porosos, y de pronto escuché aquella voz llamándome, me quedé atónita, el ruido venía del aparato, puse más atención y oí muy claro mi nombre,  varias veces. Apagué de un  golpe la tv, pero la voz seguía emanando del aparato.
Aterrorizada me fui a mi  dormitorio y traté de llamar a Mario, desgraciadamente tenía el  celular apagado.  Me senté en la cama y  traté de tranquilizarme. Pensé que  eso no estaba sucediendo, que  era una locura. Llamé a mi hermana, ella contestó con un mensaje y me mandó al buzón. No  podía creer cuando volví a escuchar el llamado de la tv que estaba en el cuarto y apagada. Me  serené y tome aire y fui directo al aparato y pregunté, ¿qué quieres de mí, por qué me molestas? En ese instante la tv  se encendió por sí misma, caí de espaldas de la impresión y la imagen de una mujer un poco borrosa se apareció en la pantalla. Me armé de coraje y le grité ¿por qué me molestas? Me dijo, ven, asómate y lo sabrás. ¿Cómo?, pregunté sorprendida, esto es lo más  ridículo que  pueda concebir. Ven, Alicia, por favor, volvió a insistir. ¿Cómo sabes mi nombre y cómo lo haces para hablar como  estuvieras en Skype?  Por favor, asómate sólo un instante, volvió a insistir. Me arrodillé frente al aparato y  miré, pero todo estaba igual. ¡No veo ninguna cosa!, exclamé disgustada. Pon tus manos en el borde de la televisión. Un poco asustada y curiosa lo hice, en ese momento me vi succionada hacia  el receptor, no sé cómo  pasé a otra dimensión. Volví la vista hacia mi cuarto y  espantada, vi mi cuerpo allí, de rodillas ante el aparato. Angustiada pregunté, ¿qué ha pasado? ¿Dónde estoy? y del otro lado de la pantalla me contestó una voz de mujer, pero que venía de mi boca. Gracias, Alicia por  regalarme tu cuerpo. ¡No es cierto!, ¡no te lo he regalado, me lo has robado!, grité desesperada. No importa cómo le digas, bastante tiempo llevo esperando, y ahora tú tendrás que ocupar mi lugar, dijo, y la vi ir al armario y sacar mi bata de levantarme. Luego  tomó mis perfumes y buscó uno que le agradara, mientras yo observaba con estupor sus movimientos, sin poder hacer nada.

No sé cuánto tiempo pasó, ella tomó un cigarrillo y  comenzó a fumar echando el humo sobre la pantalla, reía viendo mi cara de aflicción. ¡Déjame salir!, por favor, le pedí, ¡este no es un juego, no sé cómo lo hiciste, pero quiero mi cuerpo!, insistí. Ella no contestó, de pronto vi a Mario asomarse al cuarto. ¡Ah, te sorprendí!, dijo, y estás fumando de nuevo… ¿no habías dejado ese mal habito? Sí, querido, contestó ella, pero tengo tanto tiempo esperándote que me puse a fumar. ¡Oh, amor!, te has  colocado ese negligé que tanto me gusta, te ves hermosa, como una visión. Ven  acá, dame un beso, quiero hacerte el amor. Yo gritaba, tratando de atraer su atención, pero, mi voz no  tenía sonido. Comencé a llorar a mares mientras la veía besando a mi esposo y  como nunca, hicieron el amor  en frente de mí.